viernes, 28 de mayo de 2010

ciencia ficción en tres o cuatro entregas

Parte 1: De como G conoce al doctor Lunes.
G era pequeño, arrugado, sudoroso. La calvicie hacía estragos en su cabeza. Rondaba los treinta años, pero los surcos sobre su boca lo hacían parecer, por lo menos, diez años mayor.
Trabajaba de mozo en un pequeño restaurante. Los clientes, casi siempre gordas sádicas dentro de vestidos rojos a punto de estallar, parecían disfrutar ensañándose con el, gritándole, a el y a sus manos sudorosas que hacían que las bandejas se le cayeran, que los platos se estrellaran contra el piso. G pensó en cambiar de trabajo, pero no servía para nada, tan torpe, tan feo. Acostado en su cama, soñaba con un milagro que cambiara su vida. Se imaginaba alto, apuesto. Casado con una mujer impactante, viviendo en una casa gigante. Pero se despertaba y miraba su pequeño y sucio departamento, se miraba a si mismo en el espejo y las esperanzas se le desvanecían.
Un día, encontró en el diario un misterioso anuncio.
“¿Quiere cambiar su vida?, el Doctor Lunes puede hacer que su vida dé un giro espectacular!”
G se aferraba de cualquier cosa que le prometiera cambiar su vida. Un aviso en un diario, una pomada extraordinaria, infusiones orientales, G creía en lo milagros pese a los incontables fracasos.
El consultorio del doctor Lunes, un anciano canoso con expresión benevolente, era mucho más cómodo de lo que G se imaginaba. Parecía un departamento de soltero algo oscuro, pero bastante amplio, con una habitación central. G se acordó de su pequeño monoambiente. Pero en un costado había varios cubículos, pequeños probadores, como los que hay en tiendas de ropa, de diferentes colores. G contó cinco y se preguntó que habría dentro de cada uno. Las cortinas blancas, corridas, ocultaban lo que había adentro.
Me mude aquí hace diez años, y hasta ahora me ha ido bien aquí, estoy cómodo, así que no he pensado mudarme, dijo el doctor Lunes ante la mirada de desconcierto de G.
G se apresuró a disculparse. Es un departamento muy espacioso, es una lástima que los cubículos ocupen tanto espacio.
¡Pero si es eso a lo que me dedico!
El doctor Lunes comenzó a descorrer con pomposidad la cortina de cada uno de los vestidores: Comenzó con el primero, de color rojo furioso. La cortina blanca fue descorriéndose lentamente.
Cuando G vió lo que había dentro del cubículo de color rojo, comprendió que había cometido un error al ir allí. Y que tendría que irse lo más rápido que pudiera.

lunes, 24 de mayo de 2010

1
Sangre caliente y metálica recorre sus cables. Su corazón, frío, y fosforescente, envía señales eléctricas a todo el cuerpo. Su cuerpo, inquieto, quiere moverse. Pero hay algo más brusco que la convicción: la realidad que la aplasta.
Entonces se queda bajo la lluvia, mientras los cohetes la iluminan por momentos.

O
Las computadoras, si serían personas, serían personas musculosas, con pechos atléticos y exuberantes. Estarían vestidos con taparrabos que apenas cubrirían sus piernas. Al llegar la noche, se sentarían junto a un fuego y contarían historias con la mirada fija en el fuego crepitante, buscando alguna señal entre las llamas.
Por otro lado, si las computadoras fueran animales, serían una especie exótica de papagayos, tan vistosos ellos, con plumas verdes, rojas y azules. Y mientras intentamos capturar una, haremos algún ruido (toseremos involuntariamente, pisaremos algún pasto demasiado seco) y las computadoras, siempre alerta, se nos volarán, en un hipnotizante espectáculo rojiazul de computadoras fugitivas.

OO
Las computadoras tienen recuerdos. Imágenes definidas:
Un lunar sonrosado en una mejilla oscura.
Una vela que se apaga súbitamente y deja a la audiencia sumida en la oscuridad.
Un pálido temblor, un ligerísimo estremecimiento ante algo. Puede ser temor al futuro (porque las computadoras también le temen al futuro), o quizás una indecisión pasajera, fruto de una distracción inocente, tal vez al imaginarse algo. Son seres sumamente susceptibles.

OOO
Si uno se propone, puede notar el acompasado respirar de una computadora: basta con acercar la oreja a una y prestar atención. Nunca debe confundirse esto con ese pequeño zumbido azul que hacen siempre las computadoras: es una trampa. Uno debe armarse de paciencia y empezará a escuchar. Al principio le costará distinguir, pero pronto, un quejido, tal vez un suspiro se hará lugar. Un suspiro constante, como si alguien suspirara eternamente, sin respirar.

1
Sangre metálica y espesa recorre sus cables. Su corazón, frío, y fosforescente, envía señales eléctricas a todo el cuerpo. Su cuerpo, inquieto, quiere moverse. Pero la brusca convicción queda aplastada bajo la realidad. Y se queda tranquilamente mirando las estrellas.