viernes, 27 de agosto de 2010

Calchaquí

Bajo un cielo morado,
en la conjunción última de rocas:
las piernas descarnadas,
las bocas desdentadas.
Con agua blanca se limpian unos a otros.

Hoy festejan.
Con una sola maniobra,
esquivaron:
- al digital destino de perros.
- al tácito negocio de la muerte.

Se conforman sólo con las piedritas del fuego.



Ian Curtis

La tristeza, como polvo, ensucia todo.
Me confundo con la nieve: estoy ciego.

Bailo en las paredes, en los espejos, en las ventanas.
Una línea casi invisible recorre mi cuerpo:
de arribabajo.
Salto al vacío, pero no me hundo. Me quedo a dormir toda mi vida.
La ciudad se vacía, la calle, las casas. El sol enceguece.
Un desierto gris, una foto negra, placer aún desconocido. Eso es lo que queda de mí.



tres

Jugo de mandarina mezclado con plasticola:

eso sos.
Una mariposa se sienta en mi nariz.
Un ojo que parpadea y guiña.

Aguaviento
que me despeina y se ríe.
Arena blanca en un día gris:
un zafiro, una peca, una urraca.

martes, 24 de agosto de 2010

bitácora

1
Desde que tenía memoria, F se desmayaba.
Nada grave: un pequeño desmayo y se despertaba al poco tiempo. Este proceso nunca afectó su salud o al menos su desempeño escolar. Por más que investigó, tampoco pudo nunca encontrar una justificación racional de su extraño comportamiento biológico. Si es que realmente se trataba de un procedimiento biológico.
Sus padres, desesperados al principio, fueron acostumbrandose a la situación hasta que se convirtió en algo normal. Sus conocidos también fueron entendiendo el proceso, al punto de que cuando F se desmayaba, no interrumpían lo que estaban haciendo. Era casi como si F, en lugar de desmayarse, hubiera ido al baño o se estuviera atando los cordones.
Hasta aquí, todo es relativamente normal. Conozco gente que se desmaya periódicamente. Incluso hay gente que se desmaya por nimiedades como pueden ser la simple visión de una aguja, o por vértigo. Pero todas poseen alguna explicación sobre sus desmayos.
Lo verdaderamente extraño era que soñaba. Sus sueños eran como parábolas. O mejor, como situaciones. Pequeñas e invasivas situaciones se sucedían a lo largo de sus desmayos.
Es más, daba la impresión de que la verdadera razón de los periódicos desmayos eran los sueños. Como si alguien o algo le quisiera comunicar algo. Además, los momentos que duraba el desmayo eran los únicos en los que F soñaba. Cuando dormía, era incapaz de soñar. Por eso, veía los desmayos como una compensación, una segunda oportunidad.

2
En algún sueño, F apareció en una terraza. Una terraza baja, de barrio.
F recordaba que la casa de su infancia tenía una azotea bastante parecida: piso de membranas, paredes muy bajas. Incluso había ropa colgada. Algunas medias, una toalla blanca. El sol estaba fuerte y hacía bastante calor. F se desabrigó.
Empezó a buscar una escalera para bajar de la azotea, y se asustó. No había escalera para bajar. Era una terraza sin casa. Miró a su alrededor. Estaba rodeado de terrazas iguales. El paisaje llegaba hasta donde sus ojos alcanzaban. Estaba en un océano de azoteas.
F se aproximó al borde de la terraza. Miró hacia abajo: no había nada. Oscuridad.
Calculó mentalmente cuanta distancia había entre donde estaba y la terraza más próxima. Muy poco, tal vez medio metro.
Suspiró, dió un salto y cayó en la siguiente terraza. Era igual a la primera. Incluso en la ropa que colgaba de la soga; era exactamente igual. Se aproximó al borde, y saltó a la siguiente. La terraza se repetía, perfecta. Siguió atravesando terrazas.
Eran todas casi iguales a la primera. Algún detalle cambiaba, como la ropa, o el tamaño de la terraza. Pero en general, eran todas iguales. F no se cansaba, no tenía hambre. Treinta y tres terrazas, treinta y cuatro. El paisaje no terminaba nunca. Y se repetía, como un laberinto. Luego de un tiempo, se agregó un tanque de agua, grande, de plástico, ubicado en lo alto de las terrazas.El tanque negro era un detalle que se vislumbraba en las terrazas vecinas. Como satélites oscuros, cercanos. F se asomó al vacío. Esta era otra característica de sus sueños: Sabía que soñaba, pero no podía despertarse. La cuarta pared de sus sueños era invisible. Existía en el sueño, pero de una manera lejana, insólita. Así que se enfrentó a la oscuridad de abajo. Se paró en la pared y lentamente fue deslizando su cuerpo hacia adelante. Lo último que vió antes de hundirse en la nada fue el sol, una antorcha de carne gris, tan real como el capítulo de un libro.

lunes, 23 de agosto de 2010

elogio eterno de un viaje mental (a M)

Me llevo la carne dulce, plateada, a la boca y se deshace cuando intento morderla; se convierte en un charco gris y brillante y abstracto.
Y yo pienso:
Es la rabia azul de los desposeídos, los huérfanos del mundo.
Son los sonidos del fin del mundo.
Es la frontera inexpugnable de un reino extinto, invisible.

jueves, 19 de agosto de 2010

efímero análisis de la gravedad del ser

A ver: esto que voy a escribir puede sonar como una aliteración verbal engañosa, o tal vez caprichosa, o capciosa. Pero es sólo un modo de expresar una situación, que no entendía y que tal vez nunca llegue a entender. Por esto, sabrán disculpar el tono grosero, poco elegante. Es, más que nada, producto de mi confusión.
Cuando era chico, se me ocurrió que nunca podría llegar a pensar algo sin saber que lo estaba pensando.
Es decir, nunca podría dotar a mi mente de una barrera que se protegiese a sí misma de sus pensamientos, o de sus recuerdos. Pero una barrera con una flexibilidad que le permitiera a la mente acceder a ellos sin ningún tipo de proceso inductorio. Porque, aceptémoslo, sería de gran ayuda el ejercicio de la autocensura cerebral. Recuerdo la película Eterno resplandor de una mente sin recuerdos y creo que por ahí viene la cosa: un hombre solicita los servicios de una sospechosa empresa que, de manera mecánica, automática, hace desaparecer los recuerdos no deseados. Los problemas aparecen cuando el hombre, perdido en su mente en pleno tratamiento, comprende que realmente no desea borrar algunos momentos.
El mecanismo del que estoy hablando (que, obviamente, en caso de existir, se trataría de algo completamente biológico) comprendería este sistema que propone la película. Pero permitiría al sujeto tener control absoluto de su mente. Pero, me pregunto, ¿existe el proceso de borrar información pero sin desplazarla del cerebro?
En El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, la última (gran) novela traducida de Murakami, los “calculadores” codifican y decodifican la información para que no se filtre. La información sólo está a salvo cuando ni siquiera ellos, los encargados de administrarla, la conocen. Definitivamente me estoy acercando. Cuando la información es decodificada, se guarda en una especie de “caja negra” mental. El hombre maneja la información, pero no tiene acceso a ella.
Por otro lado, los tres sistemas de conciencia que propuso Freud en primera instancia (inconsciente, preconsciente, inconsciente) se adaptan perfectamente a este proceso. Los pensamientos o recuerdos no deseados se instalan en el preconsciente, una especie de papelera de reciclaje mental. Y el sujeto, por un proceso desencadenador, tiene acceso al material desechado. No me satisface esta teoría. Cuando se habla de procesos, al igual que en Murakami, tengo la sensación de que no es realmente el hombre el que maneja la información.
Esta semana leí, no recuerdo donde, que los últimos secretos que se esconden del hombre se ocultan en el macrocosmos y en lo profundo de su encriptada mente. Nada más cierto.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Para M, que, al menos, nunca caminó.

1
Comenzamos con una cara. Una cara cualquiera. Desprovista de género. Ojos marrones, algunas pecas, nariz pequeña, recta. El pelo puede ser de cualquier manera, no tiene importancia. El tórax puede ser ligeramente alargado o ligeramente ancho, no ambas. Los brazos deben ser largos, deben llegar casi hasta las rodillas. Las manos, anchas y grandes, desproporcionales al resto del cuerpo. Las piernas, y esto sí es bastante importante, deben ser cortas y estar separadas. No deben ser de ninguna manera torpes, pero si insignificantes, como carentes de valor.
Nos alejamos, nos acercamos, estamos satisfechos. Nos detenemos en pequeños detalles: Los ojos que nos miran, mansos; una pequeña peca en la base de la nariz; las manos, cálidas.
La anatomía nos parecerá perfecta, soberbia. Nos felicitamos.

2
Buscamos una geografía, un marco para ubicarlo, y al fin lo encontramos: a lo lejos un paredón semi destruido, sobre un suelo muerto, sin vegetación. Un día frío, tal vez lluvioso, tal vez no. Lo importante es el frío, que se nos mete en el cuerpo cuando respiramos. Ya tenemos un marco, es hora de dotarlo de acción.

3
Lo hacemos correr hasta el paredón, ubicado a 30 o 40 metros. Admiramos como, a pesar de las piernas poco eficientes, se las arregla para correr notablemente rápido. Le hacemos repetir el ejercicio varias veces. Ya estamos listos: contamos hasta tres y hacemos que corra por última vez. Observamos con cariño el ondulante, casi hipnótico, movimiento de los brazos, como cierra los puños mientras corre. Cargamos el arma. El paredón está cada vez más cerca. Sólo quedan diez metros. Fruncimos el entrecejo y apuntamos al tronco: un disparo seguro, preciso.
Esperamos unos segundos y nos acercamos. Los brazos, largos en el suelo, parecen tentáculos. Quedan estirados, a escasos metros de la pared.
Silenciosamente, comenzamos de vuelta: una cara cualquiera, unos ojos grises, una nariz aguileña…