jueves, 4 de noviembre de 2010

tres reflexiones (2)

Durante ocho años, incubé grillos en el cerebro cuando dormía. Se amontonaban detrás de los ojos, en los huesos de mi cara, en los espacios vacíos. Tanteaban en la oscuridad de mi cuerpo.
Cuando llegó el día, brotaron de golpe por mis fosas nasales. Desesperados por huir de su cautiverio, arrancaron la carne. Otros salieron por mi boca. Al encontrarse con la luz del sol fueron muriendo. Treinta y seis grillos. La mayoría se retorcía con espasmos y luego moría.
Algunos, sin embargo, consiguieron escapar de la mortífera luz solar. Se arrastraron hasta la sombra y una vez allí empezaron a cantar alegremente.
Yo los oía cantar y pensaba en las palabras y el tiempo. O mejor dicho, en todas las palabras y todo el tiempo perdidos. Porque, ¿las palabras perdidas son consecuencia del tiempo perdido? ¿O todo el tiempo perdido es consecuencia de las palabras perdidas? En eso pensaba y miraba a mis grillos cantar alegremente.

Fantasmagoria es, tal vez, la materia del pensamiento, de las ideas. Es quizás la dulce carne con que construimos los poemas. O podría ser una propiedad exclusiva de las cosas muertas: tanto los animales como los océanos muertos están recubiertos con fantasmagoria, una fina película plateada, casi imperceptible al ojo humano. O es luz lejana, espejismo, premonición. Fatalidad.


Poemadivinanza #280/5
Tropical,
agua de la luna,
superstición.
Luz cálida, que brota bajo mis pies.
Tres tigres amansados a la luz de las estrellas.
Poder, inmenso poder. Inabarcable.
Memoria vacía, que se va llenando de oxígeno.
Un ojo negro, profundo como el océano.
Todos los sonidos de la historia comprimidos en un verbo susurrado.
¿Cuál es?

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