1
Una raza de supermujeres brota inesperadamente de las entrañas del inabarcable conurbano. Potentes, neumáticas, guerreras.
2
Hijas del desafío tropical, de la muda, inequívoca e involuntaria reivindicación de lo aborigen, hijas del Sol, de una televisión invencible en su banalidad; que no contenta con sus dominios, trasciende sus límites físicos y se cuela en toda la vida: que es como la lluvia, putrefacta, turbia, que entra mansa en mi casa, en tu casa. Y se hace carne: una carne dulce, sagrada.
3
Son la nueva apuesta revolucionaria, que somete por su sabor. Son las nuevas amazonas. Violentas, con su rostro abigarrado de malas intenciones miran desafiantes al mundo. Las hijas de los drugos de Burguess. Las reinas del feminismo involuntario.
Por las noches invaden las calles, tatuadas, y someten a quien se le cruza por el camino. Los gritos desesperados se oyen, pero nadie quiere salir: lo que en principio era un pasatiempo casi burgués es ahora un fuego explosivo, inmortal.
4
Las miradas afiebradas, que no dejan licuar lo carnavalesco ni siquiera en los bordes góticos, se detienen en su próximo objetivo. Biología y cronología exactas, que se unen para crear el azote último de la vida. Atrás quedaron los falsos profetas, el nuevo superhombre, la mala poesía que renacía, imborrable: todo eso está a punto de desaparecer. Nuestras hijas marginales nos tienen en sus manos. De sus bocas emana el último sonido de la vida, ese que escucha la gente antes de morir. Temblamos como nuestros antepasados europeos temblaban al escuchar la tierra estremecerse bajo los cascos del ejército huno.
5
Mientras retozábamos con nuestros jueguitos proustianos, mientras nos inventábamos una mujer nueva solo para complacer nuestra languidez, se gestaba algo en el seno último, en el seno equivocado, ese que alimentamos y subestimamos. Ese que crecía rechoncho y lleno de vida bajo nuestra mirada desatenta. Casi como un signo irónico de los tiempos: donde lo divino y lo pagano se alinearon, ahí nació un monstruo.
Un monstruo que se hoy se asoma a nuestras ventanas, que las rompe, que se bebe nuestra sangre en bárbaro espectáculo.
Por eso, joven argentino, esto es un llamado a tu saludable, robusta y maravillosa violencia. A la inmensa capacidad de brutalidad que tenés adentro.
Hoy por hoy es nuestra única esperanza.
jueves, 2 de septiembre de 2010
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