jueves, 19 de agosto de 2010

efímero análisis de la gravedad del ser

A ver: esto que voy a escribir puede sonar como una aliteración verbal engañosa, o tal vez caprichosa, o capciosa. Pero es sólo un modo de expresar una situación, que no entendía y que tal vez nunca llegue a entender. Por esto, sabrán disculpar el tono grosero, poco elegante. Es, más que nada, producto de mi confusión.
Cuando era chico, se me ocurrió que nunca podría llegar a pensar algo sin saber que lo estaba pensando.
Es decir, nunca podría dotar a mi mente de una barrera que se protegiese a sí misma de sus pensamientos, o de sus recuerdos. Pero una barrera con una flexibilidad que le permitiera a la mente acceder a ellos sin ningún tipo de proceso inductorio. Porque, aceptémoslo, sería de gran ayuda el ejercicio de la autocensura cerebral. Recuerdo la película Eterno resplandor de una mente sin recuerdos y creo que por ahí viene la cosa: un hombre solicita los servicios de una sospechosa empresa que, de manera mecánica, automática, hace desaparecer los recuerdos no deseados. Los problemas aparecen cuando el hombre, perdido en su mente en pleno tratamiento, comprende que realmente no desea borrar algunos momentos.
El mecanismo del que estoy hablando (que, obviamente, en caso de existir, se trataría de algo completamente biológico) comprendería este sistema que propone la película. Pero permitiría al sujeto tener control absoluto de su mente. Pero, me pregunto, ¿existe el proceso de borrar información pero sin desplazarla del cerebro?
En El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, la última (gran) novela traducida de Murakami, los “calculadores” codifican y decodifican la información para que no se filtre. La información sólo está a salvo cuando ni siquiera ellos, los encargados de administrarla, la conocen. Definitivamente me estoy acercando. Cuando la información es decodificada, se guarda en una especie de “caja negra” mental. El hombre maneja la información, pero no tiene acceso a ella.
Por otro lado, los tres sistemas de conciencia que propuso Freud en primera instancia (inconsciente, preconsciente, inconsciente) se adaptan perfectamente a este proceso. Los pensamientos o recuerdos no deseados se instalan en el preconsciente, una especie de papelera de reciclaje mental. Y el sujeto, por un proceso desencadenador, tiene acceso al material desechado. No me satisface esta teoría. Cuando se habla de procesos, al igual que en Murakami, tengo la sensación de que no es realmente el hombre el que maneja la información.
Esta semana leí, no recuerdo donde, que los últimos secretos que se esconden del hombre se ocultan en el macrocosmos y en lo profundo de su encriptada mente. Nada más cierto.

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