miércoles, 2 de junio de 2010

¿Cómo meter al doctor Estevanez en una caja de fósforos?

Cuando la afilada hoja del cuchillo golpeo, o ingresó (porque el cuchillo en la anatomía no era algo malo, era una protuberancia, tal vez un poco brillosa, que asomaba tímidamente su cabeza al exterior) en el estomago del doctor Estevanez, todo pareció recobrar su orden correcto. En los ojos del victimario no se vislumbro un brillo demoníaco, ni siquiera su cara se quebró con un grosero gesto de calma, como habiendo encontrado una gratificación, una perversa tranquilidad. El moreno rostro del doctor tampoco hizo evidente su sorpresa al mirar a los ojos de su victimario. El hecho de que esa venganza, ese odio, que había estado suspendido tanto tiempo sobre él estaba finalmente desplomándose, (como un edificio viejo que se va desgastando lentamente hasta venirse abajo con un estruendo), no se podía adivinar viendo los ojos del doctor en ese momento. Visto de otra manera era apenas un abrazo casi sin cariño, algo distante. El doctor cayó sobre las rodillas del asesino, con el rostro cruzado por un gesto algo cómico, pero a la vez espeluznante. Su cuerpo, como un globo rojo que se desinfla, (incluso el débil gemido del doctor Estevanez se asemejaba, terroríficamente, al ruido que el globo hace cuando se desinfla de a poquito en las manos de Lucas, que me mira asustado de que su primer globo rojo se le estuviera muriendo), se fue haciendo cada vez más pequeñito. Cuando todo pasa, podremos meter al doctor en una caja de fósforos.

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